Psicóloga Patricia Gagliardi
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La nevada tóxica que inicia la tragedia en El Eternauta representa una amenaza invisible que transforma la vida cotidiana en un infierno helado. De repente, los vínculos se rompen, las rutinas se quiebran y la única respuesta posible es el encierro y la resistencia. ¿No es acaso eso lo que sentimos ante una pérdida profunda? Ya sea por la muerte de un ser querido, una traición o una despedida, el duelo cae como esa nieve: lo cubre todo, nos aísla y congela las certezas. Oesterheld construye a su protagonista, Juan Salvo, como un hombre común. No es un héroe clásico, sino un sobreviviente, un buscador. Él encarna al doliente: aquel que, enfrentado a una catástrofe emocional, no puede hacer más que avanzar paso a paso, improvisando, reconstruyendo sentido mientras el mundo alrededor se desmorona.
En términos literarios, la obra puede leerse también como una alegoría existencial. Tal como en La peste de Albert Camus, donde una ciudad queda sitiada por la muerte y los personajes deben elegir entre la desesperación o la ética de la solidaridad, en El Eternauta se plantea una pregunta parecida: ¿cómo seguir siendo humano en medio del dolor? ¿cómo seguir siendo empático en medio de tanta tragedia?
Desde la psicología, sabemos que el duelo es un proceso, una trabajo a realizar, no un estado, pone en movimiento y trasforma. Y que transitarlo implica sentir, atravesar el invierno emocional, buscar refugio interior, pero también contacto con otros. Juan Salvo no sobrevive solo. Lo hace junto a su familia, sus amigos, su comunidad. La resistencia compartida, la narrativa compartida, lo salvan. En eso, El Eternauta nos deja una lección: el dolor compartido puede ser el inicio de una reconstrucción más profunda.
Como dijo Oesterheld en una entrevista antes de su desaparición: “El verdadero héroe colectivo es el pueblo mismo.” Lo mismo vale para el duelo: ninguna persona atraviesa una pérdida sola, aunque así lo sienta. La comunidad, el amor y el recuerdo se vuelven formas de seguir viviendo.
El duelo, como la nevada en El Eternauta, es al principio paralizante. Pero si nos damos el tiempo para sentir, resistir y reconstruir, también puede ser una experiencia que revele nuestra fortaleza más honda y el valor del lazo humano.