jueves, 11 de diciembre de 2025

Navidad en duelo


Cuando la Navidad no es celebración sino memoria:

 formas amables de atravesarla

psic. Patricia Gagliardi


La Navidad tiene una particularidad profunda: toca el sistema emocional con una fuerza que pocas fechas logran. Cuando ha habido una pérdida, reciente o incluso de años, estas fechas no solo representan un momento del calendario, sino un escenario donde se reactivan memorias, vínculos y significados. El cerebro reconoce la música, los rituales, los aromas y los encuentros como señales asociadas a la o las personas que ya no están. Y aunque su presencia física haya desaparecido, el lazo emocional permanece vivo. Esa continuidad es la que duele.

Desde la neurociencia entendemos que esto sucede porque las redes neuronales vinculadas a la persona amada —sus gestos, su historia con vos, su significado afectivo— siguen activas aun en su ausencia. Cuando llegan fechas señaladas, la amígdala responde intensificando emociones, el hipocampo recupera recuerdos asociados y la corteza prefrontal intenta reorganizar todo eso para darle coherencia. No es debilidad. Es el sistema nervioso haciendo su trabajo: procesar, reubicar, acomodar.

Desde la psicología se explica que, ante una Navidad sin esa persona, se activan esquemas internos relacionados con familia, pertenencia, roles, continuidad y tradición. De ahí emergen la nostalgia, la irritabilidad, el cansancio emocional o la necesidad de evitar reuniones o rituales. No son “malas reacciones”; son respuestas esperables cuando la mente intenta integrar una ausencia en un contexto que siempre estuvo asociado a la presencia.

Este proceso no se observa como una incapacidad, sino como una oportunidad de construir formas más amables y realistas de transitar las fechas. No se trata de replicar “cómo era antes”, sino de preguntarte qué parte de la Navidad tiene sentido hoy para vos. A veces será una comida sencilla, un ritual nuevo, un recuerdo compartido o la decisión de hacer menos. Otras veces será permitirte no festejar. Crear una Navidad más acorde a tu estado emocional no es abandonar la tradición: es honrar tu propio proceso.

Una herramienta muy valiosa es hablar con la familia antes de los encuentros. Conversar sobre qué mantener, qué modificar o qué dejar de lado evita silencios forzados, presiones implícitas, máscaras emocionales o la obligación de “actuar normal”. Cuando la familia acuerda desde la honestidad emocional —no desde el “bueno, acepto porque todos quieren”— el sistema familiar baja la tensión. Sube la coherencia interna. Y aparece un poquito de calma. A veces, solo un poquito. Pero ese poquito, en duelo, es mucho.

No existe una “forma correcta” de pasar la Navidad. Existe tu forma. La que te cuida, te respeta y te acompaña en este momento de tu vida. Y está bien encontrarla de a poco. Lo que sentís no es un retroceso, no es un signo de fragilidad: es el modo en que tu cerebro, tu memoria emocional y tu corazón intentan reacomodarse frente a la ausencia.

Si este texto te tocó hondo, no lo transites sola: explorar heridas profundas a veces necesita una mano profesional que te acompañe con cuidado y sostén.

“No se trata de sobrevivir la Navidad: se trata de cuidarte mientras la atravesás.”



sábado, 6 de diciembre de 2025

Tres palabras para soltar

 

Tres palabras para soltar: 

cómo el cerebro, la mente y el sentido trabajan juntos en una despedida

Psicóloga Patricia Gagliardi


Cuando llega el momento de soltar, lo que más duele no es siempre el adiós. A veces duele eso que quedó atrapado en el pecho: 
  • lo que no dijimos, 
  • lo que postergamos,
  •  lo que evitamos por miedo a abrir más la herida.

Lo que callamos pesa. Y no solo emocionalmente: también neurobiológicamente.

El sistema nervioso registra las palabras retenidas como tensión inconclusa. La amígdala mantiene un estado de alerta, el cuerpo conserva una carga que no encuentra salida, la narrativa interna queda suspendida en un “casi”, en un “faltó algo”. Ese vacío no dicho perpetúa la sensación de incompleto.

Pero cuando finalmente encontramos el lenguaje adecuado, cuando aparecen esas tres palabras aparentemente simples: 
  • gracias, 
  • perdón, 
  • te quiero
algo se ordena adentro. No es solo emocional. No es solo mental. Es un proceso profundamente integrado entre el cerebro, la cognición y la construcción de sentido.

Cómo se integra todo: neurociencia + cognición + sentido

1. El cerebro necesita cerrar ciclos emocionalmente abiertos

Desde la neurociencia sabemos que el sistema nervioso busca completar experiencias.
Cuando un vínculo se interrumpe sin expresión emocional, la amígdala interpreta que la amenaza sigue activa. El recuerdo queda cargado, la fisiología permanece tensa, y la red neuronal del duelo continúa enviando señales de “algo aún no está resuelto”.

2. La cognición necesita reorganizar la historia

La psicología cognitiva nos muestra que la mente intenta dar coherencia al pasado. Cuando una despedida queda sin palabras, se activan interpretaciones rígidas, culpa, autoexigencia o pensamientos intrusivos (“debí haber dicho…”, “me faltó…”). Son intentos fallidos de cerrar el significado.

La palabra pronunciada —aunque sea un susurro interno— cumple la función de poner punto final en la narrativa, permitir que la memoria se incorpore sin resistencia y reducir la rumiación mental.

3. El sentido subjetivo necesita honrar sin negar

La psicología positiva aporta el componente que une todo:
No se trata solo de regular emoción o modificar pensamientos, sino de construir sentido que permita integrar lo vivido sin borrar la herida.

Decir gracias honra.
Decir perdón repara.
Decir te quiero reconoce el valor del vínculo sin romantizar el dolor.

La integración ocurre cuando el cerebro se calma, la cognición se ordena y el corazón encuentra un lugar donde alojar el recuerdo sin destruir el presente.

Por qué estas tres palabras alivian, sin evitar el duelo

“Gracias, perdón, te quiero” no son fórmulas emocionales:
son intervenciones integradoras.

  • Regulan la activación fisiológica: la amígdala baja su reactividad y aparece calma.

  • Organizan la narrativa cognitiva: la mente entiende la despedida como un proceso cerrado.

  • Aportan sentido y coherencia: permiten que el vínculo no desaparezca, sino que cambie de forma.

No evitan el dolor. Pero lo vuelven más amable, más procesable, más humano.

Son palabras que cierran sin negar, que honran sin idealizar, que liberan sin olvidar.

Sanar es esto: permitir que el cerebro, la mente y el sentido trabajen juntos

Sanar no tiene que ver con olvidar ni con dejar de sentir.
Sanar es permitir que todos los sistemas —biológicos, cognitivos, emocionales y simbólicos— encuentren un orden nuevo donde el recuerdo no sea amenaza, sino historia integrada.

Porque no es el adiós lo que bloquea:
es lo que queda sin decir.
Y a veces, solo tres palabras son suficientes para abrir, cerrar y aliviar.



martes, 2 de diciembre de 2025

Felicidad, duelo y alegría

 

Felicidad, duelo y alegría: 

¿pueden convivir?

 psicóloga Patricia Gagliardi 


Cuando atravesamos un momento doloroso, es común pensar que la felicidad desaparece por completo. Muchas personas me dicen: “No estoy alegre… entonces no debo ser feliz”.

Pero esa equivalencia, aunque intuitiva, no es correcta.

En realidad, la alegría y la felicidad no son lo mismo, y comprender esa diferencia nos permite atravesar el duelo con más claridad, menos culpa emocional y un mayor sentido de autocuidado.

Alegría y felicidad: dos sistemas diferentes en el cerebro

Desde la neurociencia sabemos que la alegría es una emoción puntual, activa y visible, generada por la activación de los circuitos dopaminérgicosEs rápida, intensa y breve. Como una chispa. La felicidad, en cambio, es un estado más profundo. Está relacionada con:
  •     valores personales,
  •     sensación de coherencia interna,
  •     regulación emocional,
  • y sistemas de bienestar sostenido, como la oxitocina y la activación de redes vinculadas al sentido de vida.

Por eso, alguien puede no sentir alegría durante el duelo —lo cual es esperable— y aun así mantener un nivel interno de felicidad, una calma serena que no depende de estímulos externos, sino de lo que la persona construye día a día.

Durante el duelo, la alegría baja… pero la felicidad no tiene por qué desaparecer

El duelo impacta directamente en el sistema dopaminérgico. Las cosas que antes nos generaban placer o entusiasmo pueden dejar de hacerlo temporalmente. Esto no es un fallo de la persona, sino un ajuste normal del cerebro frente a la pérdida.  
Lo que no desaparece es la capacidad de conectar con:
  •     aquello que nos sostiene,
  •     nuestros valores,
  •     gestos mínimos de cuidado,
  •     vínculos seguros,
  •     y pequeñas experiencias de calma.

A eso le llamamos felicidad profunda, diferente del entusiasmo o la euforia, pero igual de valiosa.

Tips de autocuidado para fortalecer la felicidad profunda 

A continuación te comparto pequeñas prácticas que podés incorporar, cada una fundamentada en procesos neuropsicológicos. Son simples, breves y accesibles para cualquier día difícil.


1. Micro-pausas conscientes

Tomarte unos segundos para respirar lento y profundo ayuda a reducir la activación del sistema nervioso simpático.

Esta regulación inmediata genera una base fisiológica para sostener un bienestar más estable.


2. Contacto afectivo seguro

Abrazar, sostener una mano o incluso autocolocarte una mano en el pecho activa circuitos oxitocínicos que favorecen calma, conexión y seguridad interna.


3. Rutinas pequeñas y constantes

Acciones como hidratarte, ordenar un rincón o caminar cinco minutos generan una sensación de continuidad y control suave, clave cuando las emociones son intensas.


4. Conectar con tus valores del día

Preguntarte “¿Qué es importante para mí hoy?” y hacer un gesto mínimo coherente con esa respuesta fortalece la felicidad basada en sentido, no en emoción pasajera.


5. Nutrir tus sentidos

Luz natural, música suave o aromas agradables activan el sistema parasimpático y facilitan la recuperación emocional a través de la experiencia sensorial.


6. Autodiálogo compasivo

Frases como “Hoy hago lo que puedo” reducen la autocrítica, que suele amplificarse en el duelo, y promueven una experiencia de bienestar interno sostenido.


7. Movimiento amable

El movimiento suave (estirarte, caminar, mover hombros) reduce tensión muscular y ayuda a mejorar el tono emocional general.


8. Elegir un anclaje de calma

Puede ser una imagen, un objeto o una frase. Funciona como recordatorio emocional y cognitivo de que podés volver a vos misma incluso en un día difícil.


En síntesis

  • La ausencia de alegría no significa ausencia de felicidad.
  • La alegría es onda corta.
  • La felicidad es frecuencia profunda.
  • Y ambas pueden coexistir en el duelo, cada una con su propio tiempo.

 

viernes, 14 de noviembre de 2025

 

Acompañar a un Ser Querido en sus Últimos Días: 

El Poder de las Palabras que Sanan

psic. Patricia Gagliardi


Despedir a un ser querido moribundo es una de las experiencias humanas más delicadas y transformadoras. No hay manual, no hay forma correcta de hacerlo, y aun así todos llegamos a ese borde alguna vez en la vida. En ese umbral donde el tiempo parece detenerse, surge una verdad que atraviesa cuerpo y alma:
lo que más duele no es la partida… sino lo que nunca dijimos.

La ciencia lo confirma. Desde la psicología del duelo hasta los estudios en neurociencias afectivas, sabemos que la inconclusión emocional —esas palabras guardadas, los agradecimientos postergados, los miedos no hablados— puede intensificar el sufrimiento en los meses posteriores a la pérdida. El cerebro necesita coherencia, cierre, sentido. Nuestra parte más racional busca explicaciones; nuestra parte más emocional busca despedidas.

Y cuando no las hay, el sistema de estrés se activa. La amígdala permanece en alerta, el cuerpo interpreta la separación como una amenaza, y el duelo se vuelve más pesado. No se trata de “cerrar todo perfectamente”, sino de reducir la carga emocional que queda flotando cuando silenciamos lo esencial.

La presencia que acompaña, la palabra que libera

Acompañar a alguien que está muriendo no es fácil. El miedo aparece:
miedo a quebrarnos, miedo a lastimar, miedo a ver el final.
El corazón se parte en dos: una mitad quiere permanecer fuerte; la otra quiere huir del dolor.

Sin embargo, los estudios en cuidados paliativos muestran que la comunicación honesta, suave y amorosa es uno de los factores que más alivio proporcionan tanto al paciente como a los familiares. Las palabras no alargan la vida, pero sí pueden ensancharla, darle un cierre más humano.

Decir lo que necesitamos decir no solo honra a quien se va:
también reorganiza nuestro sistema emocional, favoreciendo un duelo más saludable.

Qué decir… y cómo decirlo

No existe la frase perfecta. Pero existe la intención perfecta: la verdad que nace del corazón.

Podés decirle:

  • “Gracias por todo lo que hiciste por mí.”

  • “Perdoname si alguna vez te herí.”

  • “Te quiero. Estoy acá.”

  • “¿Hay algo que necesites en este momento?”

Los estudios en vínculo emocional muestran que la resonancia afectiva —estar presente, escuchar, sostener una mano, regular la respiración con la otra persona— genera un impacto directo en los circuitos del bienestar, tanto en quien acompaña como en quien está partiendo.

La presencia calma.
El contacto regula.
Y la palabra libera.

Cuando el corazón habla, la ciencia acompaña

Acompañar a alguien que está muriendo es un acto de amor absoluto. No necesita perfección: necesita verdad.
Necesita respiración conjunta, humanidad, y ese tipo de valentía que aparece cuando sabemos que el tiempo es frágil.

La evidencia científica señala que estos momentos pueden convertirse en un factor protector durante el duelo: promueven la aceptación, disminuyen la culpa y facilitan la elaboración emocional del adiós. Son pequeñas grandes acciones que dejan huellas de paz.

Porque a veces, la última oportunidad de decir “te quiero” dura solo un suspiro.
Y ese suspiro puede cambiar la forma en que recordamos… y la forma en que seguimos viviendo.


Aquí podés ver el reel inspirado en este escrito:



martes, 28 de octubre de 2025

 

 El último regalo del cerebro: ¿se sufre en el final?


¿Te preguntaste alguna vez si se sufre al morir?


Esa pregunta nos atraviesa en silencio, sobre todo cuando el duelo nos toca de cerca.
Imaginamos el final como un instante de dolor, pero la ciencia está comenzando a revelar algo muy distinto… y profundamente humano.

En los últimos años, varios equipos de investigación —como el de la Universidad de Michigan, dirigido por la neurocientífica Jimo Borjigin (2023)— estudiaron la actividad cerebral de personas en el momento exacto en que dejaban de vivir.
Lo que descubrieron fue sorprendente: justo después del paro cardíaco, el cerebro muestra una oleada intensa de ondas gamma, el mismo tipo de actividad que se asocia con los sueños lúcidos, la memoria y los estados de conciencia elevada.

Esa descarga parece ser un último esfuerzo del cerebro por integrarlo todo: las imágenes, los recuerdos, las emociones…
Como si, en el instante final, la mente tejiera una despedida luminosa.

Además, otros estudios —como el de Dean  (2019, Scientific Reports)— encontraron que el cerebro de los mamíferos produce dimetiltriptamina (DMT), una sustancia conocida por generar estados de bienestar, unidad y trascendencia.
Y junto con ello, se liberan endorfinas y serotonina, mensajeros químicos del placer y la calma.
En palabras simples: el cerebro podría estar intentando protegernos del miedo, regalándonos un instante de paz antes de partir.

Quizás por eso tantas personas que vivieron experiencias cercanas a la muerte describen haber sentido luz, amor o plenitud, más que dolor.
Tal vez la muerte no sea un apagón, sino una transición llena de compasión biológica.

Y si el cerebro, en su último acto, busca darnos calma,
¿no será que incluso al final seguimos siendo acompañados… por nosotros mismos?


 Fuentes consultadas:

  • Borjigin, J. (2023). Human brains show larger-than-life activity at the moment of death. University of Michigan / PNAS.

  • Dean, J. G. (2019). Biosynthesis and extracellular concentrations of N,N-Dimethyltryptamine (DMT) in mammalian brain. Scientific Reports, 9, 9333.

  • Michael, P., Luke, D., & Robinson, O. (2023). This is your brain on death: A comparative analysis of a near-death experience and subsequent 5-MeO-DMT experience. Frontiers in Psychology, 14.


🕊️ Si este tema te tocó o te trajo calma, mirá el reel que acompaña este artículo:
“¿Se sufre en el final?”


martes, 17 de junio de 2025

Duelo y construcción

Psicóloga Patricia Gagliardi (Obra en óleo:  La creación del tiempo)

 La conciencia de la  muerte es una de las diferencias que nos constituye como Homo  Sapiens. Y esa conciencia nos provoca en muchos casos halo de temor con una celebración particular con un significado propio y único.

En El Aleph, J. L. Borges dice:  

La muerte (o su alusión) hace preciosos y patéticos a los hombres. Éstos conmueven por su condición de fantasmas; cada acto que ejecutan puede ser último; no hay rostro que no esté por desdibujarse como el rostro de un sueño. Todo entre los mortales tiene el valor de lo irrecuperable y de lo azaroso.“   

Entre lo precioso y lo patético  una persona se construye día a día en los aspectos   cognitivos, afectivos y sociales como resultado de una interacción entre el contexto y sus disposiciones internas. Sabemos desde nuestra lucidez intelectual que la muerte es nuestro lugar común. Goza de una concepto de universalidad pero las sensaciones que provoca nubla la percepción de la lógica de esa certeza biológica del equilibrio poblacional, de que unos se van para que otros lleguen y que si existen los castigos éste no sería la muerte sino la inmortalidad. 

En un análisis  desde el punto de vista del constructivismo el duelo es un proceso emocional y por lo tanto tiene que ver cómo las personas construyen esos acontecimientos que atravesaron su vida y dependerá de sus creencias, de los valores de su propia cultura, y de cómo él y su grupo se han apropiado de dichos valores. Es decir se parte de un nivel de desarrollo individual real en términos vigotskyanos. 

La muerte de un ser querido no es algo objetivo, no se transitan las mismas etapas ni se experimentan los mismos sentimientos aún en el caso de que el vínculo sea el mismo, por ejemplo no todos los hijos de una familia vivirán de igual modo ese duelo. Hay un significado particular de la pérdida para cada uno, la transformación del mundo a partir de ese momento será único, si compartirán que no hay modo de volver a un estado anterior. 

Neimeyer propone desde un modelo conceptual constructivista supuestos básicos que implican que:

 * La muerte puede validar o no la suposiciones que sostienen la organización de nuestra vida y constituir una experiencia nueva para la que tendremos que construir un nuevo significado que ha sido desafiado por la pérdida 

* El duelo es un proceso personal, íntimo ligado a nuestro sentido de identidad y que es algo que nosotros mismos hacemos, no es delegable. Todos construimos y reconstruimos nuestra identidad a partir de.

* En el duelo los sentimientos tienen sus funciones y deben ser entendidos como señales de los esfuerzos que se realizan para atribuir significados.

Una pérdida significativa provoca una disonancia con nuestra identidad, hay una narrativa diferente antes y después del acontecimiento. En una tarea constructivista el terapeuta y el paciente se orientan a la nueva narrativa, la que  deberá encaminarse a escribir un mundo sin él o ella, a resolver un mundo en ausencia, a reorientar los sentimientos en donde esa significatividad pueda ser guiada, apoyada, andamiada pero el hacedor es el paciente. 

Como proceso que incluye la noción de tiempo y de evolución se encamina a establecer relaciones ricas entre quién era con él/ella y quién es ahora. Enlazar lo nuevo con lo viejo. En definitiva los humanos somos constructores de realidad y por ende nuestro trabajo es que resurja una nueva realidad: 


“Puedes llorar porque se ha ido o puedes sonreír porque ha vivido; puedes cerrar los ojos y rezar para que vuelva o puedes abrirlos y ver todo lo que ha dejado; tu corazón puede estar vacío porque no lo puedes ver o puede estar lleno del amor que compartes; puedes llorar, cerrar tu mente, sentir el vacío, dar la espalda o puedes hacer lo que le gustaría: sonreír, abrir los ojos, amar y seguir” (poema escocés).


martes, 6 de mayo de 2025

El Eternauta y el duelo: cuando la muerte cae como la nieve


Psicóloga Patricia Gagliardi


  En la mítica historieta argentina "El Eternauta", escrita por Héctor Germán Oesterheld e ilustrada por Francisco Solano López, hoy serie de Netflix protagonizada por Ricardo Darín entre otros destacados actores argentinos, la muerte no llega con ruido ni dramatismo: cae lentamente, como una nevada silenciosa pero letal. Esa imagen, poética y perturbadora a la vez, se convierte en una poderosa metáfora para hablar del duelo. 

 
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La nevada tóxica que inicia la tragedia en El Eternauta representa una amenaza invisible que transforma la vida cotidiana en un infierno helado. De repente, los vínculos se rompen, las rutinas se quiebran y la única respuesta posible es el encierro y la resistencia. ¿No es acaso eso lo que sentimos ante una pérdida profunda? Ya sea por la muerte de un ser querido, una traición o una despedida, el duelo cae como esa nieve: lo cubre todo, nos aísla y congela las certezas. Oesterheld construye a su protagonista, Juan Salvo, como un hombre común. No es un héroe clásico, sino un sobreviviente, un buscador. Él encarna al doliente: aquel que, enfrentado a una catástrofe emocional, no puede hacer más que avanzar paso a paso, improvisando, reconstruyendo sentido mientras el mundo alrededor se desmorona. 

  En términos literarios, la obra puede leerse también como una alegoría existencial. Tal como en La peste de Albert Camus, donde una ciudad queda sitiada por la muerte y los personajes deben elegir entre la desesperación o la ética de la solidaridad, en El Eternauta se plantea una pregunta parecida: ¿cómo seguir siendo humano en medio del dolor? ¿cómo seguir siendo empático en medio de tanta tragedia? Desde la psicología, sabemos que el duelo es un proceso, una trabajo a realizar, no un estado, pone en movimiento y trasforma. Y que transitarlo implica sentir, atravesar el invierno emocional, buscar refugio interior, pero también contacto con otros. Juan Salvo no sobrevive solo. Lo hace junto a su familia, sus amigos, su comunidad. La resistencia compartida, la narrativa compartida, lo salvan. En eso, El Eternauta nos deja una lección: el dolor compartido puede ser el inicio de una reconstrucción más profunda.

  Como dijo Oesterheld en una entrevista antes de su desaparición: “El verdadero héroe colectivo es el pueblo mismo.” Lo mismo vale para el duelo: ninguna persona atraviesa una pérdida sola, aunque así lo sienta. La comunidad, el amor y el recuerdo se vuelven formas de seguir viviendo. 

  El duelo, como la nevada en El Eternauta, es al principio paralizante. Pero si nos damos el tiempo para sentir, resistir y reconstruir, también puede ser una experiencia que revele nuestra fortaleza más honda y el valor del lazo humano.