Cuando la Navidad no es celebración sino memoria:
formas amables de atravesarla
La Navidad tiene una particularidad profunda: toca el sistema emocional con una fuerza que pocas fechas logran. Cuando ha habido una pérdida, reciente o incluso de años, estas fechas no solo representan un momento del calendario, sino un escenario donde se reactivan memorias, vínculos y significados. El cerebro reconoce la música, los rituales, los aromas y los encuentros como señales asociadas a la o las personas que ya no están. Y aunque su presencia física haya desaparecido, el lazo emocional permanece vivo. Esa continuidad es la que duele.Desde la neurociencia entendemos que esto sucede porque las redes neuronales vinculadas a la persona amada —sus gestos, su historia con vos, su significado afectivo— siguen activas aun en su ausencia. Cuando llegan fechas señaladas, la amígdala responde intensificando emociones, el hipocampo recupera recuerdos asociados y la corteza prefrontal intenta reorganizar todo eso para darle coherencia. No es debilidad. Es el sistema nervioso haciendo su trabajo: procesar, reubicar, acomodar.
Desde la psicología se explica que, ante una Navidad sin esa persona, se activan esquemas internos relacionados con familia, pertenencia, roles, continuidad y tradición. De ahí emergen la nostalgia, la irritabilidad, el cansancio emocional o la necesidad de evitar reuniones o rituales. No son “malas reacciones”; son respuestas esperables cuando la mente intenta integrar una ausencia en un contexto que siempre estuvo asociado a la presencia.
Este proceso no se observa como una incapacidad, sino como una oportunidad de construir formas más amables y realistas de transitar las fechas. No se trata de replicar “cómo era antes”, sino de preguntarte qué parte de la Navidad tiene sentido hoy para vos. A veces será una comida sencilla, un ritual nuevo, un recuerdo compartido o la decisión de hacer menos. Otras veces será permitirte no festejar. Crear una Navidad más acorde a tu estado emocional no es abandonar la tradición: es honrar tu propio proceso.
Una herramienta muy valiosa es hablar con la familia antes de los encuentros. Conversar sobre qué mantener, qué modificar o qué dejar de lado evita silencios forzados, presiones implícitas, máscaras emocionales o la obligación de “actuar normal”. Cuando la familia acuerda desde la honestidad emocional —no desde el “bueno, acepto porque todos quieren”— el sistema familiar baja la tensión. Sube la coherencia interna. Y aparece un poquito de calma. A veces, solo un poquito. Pero ese poquito, en duelo, es mucho.
No existe una “forma correcta” de pasar la Navidad. Existe tu forma. La que te cuida, te respeta y te acompaña en este momento de tu vida. Y está bien encontrarla de a poco. Lo que sentís no es un retroceso, no es un signo de fragilidad: es el modo en que tu cerebro, tu memoria emocional y tu corazón intentan reacomodarse frente a la ausencia.
Si este texto te tocó hondo, no lo transites sola: explorar heridas profundas a veces necesita una mano profesional que te acompañe con cuidado y sostén.
“No se trata de sobrevivir la Navidad: se trata de cuidarte mientras la atravesás.”
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