CARTA IMPROVISADA A MIS ALUMNOS: (“En busca de valores perdidos” Jaime Barylko – Santillana - 1997)
Te habrá pasado:
Uno tiene un apetito feroz y se sienta a comer con otros. Algo en ti susurra: cómetelo todo. Pero otro algo en ti sugiere: procura satisfacer tu apetito y dejar que haya comida también para los demás. Te detienes, te controlas. Confrontas el valor sumamente egoísta con el valor social y afectivo relativo a los demás. Gana el segundo. Eres persona.
Cumples con tu necesidad pero no a costa de otros, sino con los otros. Porque la persona no actúa espontáneamente.
Esto es importante decirlo hoy, en este siglo en el que tan de moda se ha puesto la espontaneidad y tanto te han llenado la cabeza con “hacé la tuya” y con “sé espontáneo, decí lo que pensás, hacé lo que quieras, expresate cuanto quieras”.
Esto no es bueno ni significa libertad. Es simplemente barbarie.
El hombre es hombre justamente cuando hace algo que quiere dentro de los marcos de lo que debe.
Ésa es la dignidad de la persona. La mesa que compartimos representa para todos nosotros una serie de deberes, de comportamientos debidos, de relación entre los unos y los otros. Eso es lo que nos comunica, los deberes en esa mesa, y no el apetito que cada uno pueda tener a sus gustos individuales frente a las diversas comidas.
Del mismo modo el aula que compartimos, maestros y alumnos, es un recinto en común, un valor en común, e impone deberes en común. Yo debo enseñar, tú debes atender, yo te ayudo, tú me ayudas a ayudarte; todos juntos debemos procurar que el fin que nos reúne y congrega sea alcanzado y por tanto el concepto disciplina, tan zamarreado, tan atacado, tan incomprendido, vuelve a su cauce natural:
Alumno-maestro-estudio-escuela-aprendizaje-título.
Es una red semántica de valores que nos une y cada uno dentro de esa red ha de acatar el deber que le corresponde para que eso por lo cual estamos juntos llegue a buen puerto.
Tampoco yo como maestro hago lo que quiero, aunque bien querría sentarme en mi sillón, estirar los pies y colocarlos sobre el escritorio, traerme un walkman, darles a ustedes, alumnos, cualquier trabajo, y encerrarme en mí mismo y en mi música.
Eso lo quiero yo como individuo. Me da más placer inmediato que enseñarles a ustedes sujetos, predicados y binomios. Sin embargo debo actuar de otra manera; controlar, postergar mis deseos inmediatos y comportarme dentro del deber que me corresponde.
Igual que ustedes. Pos eso vienen a clase.
Y si me dijeran que no vienen, que los mandan, que están forzados, nada cambiaría. También yo iría a retozar por los prados. A mí me manda el deber, mi familia, el compromiso asumido.
Igual que tú, hermano alumno.
Cuando nos planteamos entonces el tema de la disciplina es simplemente para analizar y consensuar los respectivos deberes que nos unen en este estar juntos para algo. Somos, aquí y ahora, personas. No hay lugar para individuos, para no me gusta o sí me gusta.
Esto no debe ser divertido ni atractivo. ES LO QUE ES. No lo inventé yo ni lo inventaste vos ni tus compañeros ni tus padres. ES LO QUE ES.
Igual que el cine, igual que la cancha, igual que el boliche rockero.
ES LO QUE ES. Y cuando ingresa en ese sistema se comporta en concordancia con los deberes que ese sistema rigen.
Esto no significa autoritarismo. Estoy abierto al diálogo. Significa que escucho propuestas.
Pueden venir y decirme:
_Este sistema no nos gusta.
Les diría:
_Propongan ustedes otro que sirva a la causa por la que estamos juntos, y que les sea más grato, y que funcione, y que los comprometa.
En ello consiste la libertad.
Si alguien inventa un método para estudiar logaritmos alegremente y que haga felices a todos los presentes, ¡adelante!.
Y si no, habrá que aceptar lo dado. Como aceptamos el mundo cuando nacemos, y el clima que nos toca respirar. ES LO QUE ES.
Cuando el sistema sea modificado, será otra cosa. De esa otra cosa volverán a decir las próximas generaciones: ES LO QUE ES.
En lo individual, dentro de lo particular, cada uno ejerce su derecho a elegir.
Puedes no salir a la calle, pero si sales a la calle, eres el individuo que sale investido de persona, es decir de respeto hacia los demás, de cumplimiento de normas de tránsito, de deberes.
Una vez cumplidos esos deberes te reservas para ti mismo tus gustos, tus opiniones, como en la mesa: puedes comer o dejar de comer, repetir un plato o desdeñarlo.
El individuo –enseñaba Romero- se guía por sus impulsos.
La persona toma los impulsos y los domina y los somete a reglas universales, a valores superiores.
Para esos te educamos. Ni los logaritmos, ni el metraje del Everest, son los objetivos de la educación. Educarte es estimularte a pensar para que puedas elegir entre valores y prefieras los superiores sobre los inferiores cuando haya colisión entre ellos.
Estamos hablando, por cierto, de la ética.
La persona es el individuo en cumplimiento de la ética. Y la ética es la vida con los otros, respetados en calidad de otros, en ellos mismos , y no en cuanto objetos destinados a mi uso.
Oír música, hijo mío, es un derecho inalienablemente tuyo. Eso en calidad de individuo. En calidad de persona sabrás limitar esa música únicamente para tus oídos y que los demás no sean felices a la fuerza por ordenamiento tuyo.
Como individuo eres tú mismo, pero te quedas reducido a ti mismo, y a tu soledad existencial.
Un individuo quiere lo suyo. Cada uno quiere lo suyo. Y lo suyo es lo del otro. En consecuencia, cada uno está enclaustrado en la soledad de sus deseos tan particulares, tan in-compartibles.
La persona es la que se comunica. Porque obra, por así decirlo, sintoniza una onda que no es mía ni tuya sino nuestra, de la humanidad, de nuestros valores en común.
En la humanidad, en el ser de otros, con otros, por otros, hacia otros, hallarás los valores superiores, los del amor y la comunicación, que son los de la felicidad.
Que signica esto? Educarte es estimularte a pensar para que puedas elegir entre valores y prefieres los superiores sobre los inferiores cuando alla colicion entre ellos.
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